El
libro ‘Voces para una biografía’, de Omar Jurado y Juan Miguel Morales, ofrece
un completo retrato del artista de la mano de su hija, Amaranta Cano, y de una
cincuentena de testimonios, como Antonio Gala, Paco Ibáñez, Ian Gibson, Lluís
Llach o Martirio
La estela que dejó Carlos Cano tiene tantos relieves que convienen
muchos puntos de vista para que el retrato le rinda justicia con toda la
definición, y por eso el libro que honra su memoria, en el 20º aniversario de
su muerte, se titula ‘Voces para una biografía’, en
plural. Sus autores, Omar Jurado y Juan Miguel
Morales, se han acercado a una cincuentena de figuras, desde la
vecina de infancia Luisa Miranda hasta el hispanista Ian Gibson, pasando por
músicos, poetas, artistas plásticos, activistas y hasta algún que otro
político, para tratar de plasmar el alma de esta figura carismática, el “hombre
libre”, dicen todos, al que una dolencia cardíaca se llevó
de este mundo, a los 54 años, el 19 de diciembre del 2000.
De Amaranta Cano, la hija mayor, salió la propuesta de elaborar este libro, y su figura “abrió todas las puertas”, destaca Jurado, autor de todos los textos a partir de conversaciones con cada uno de los testimonios. Desfilan por la obra personajes distanciados de los medios, como Antonio Gala, que evoca sus jocosas conversaciones llenas de tiras y aflojas. Y como el libro ha supuesto cinco años de elaboración, algunos ya no están entre nosotros: la cantautora Elisa Serna o el amigo y confidente Diego de los Santos, a quien confió Cano sus últimas palabras en la cama hospitalaria, cuando le aseguró que todo lo que había aportado a la música se lo debía “a una enana, a Violeta Parra”.
Peón de obra
disconforme
Recuerdos
inéditos, como los de Jordi Sierra i Fabra,
que, trabajando en los años 60 en la contabilidad de Construcciones Sabartés,
entregó al futuro cantautor el sobre con el jornal por su semana de trabajo
como peón de obra, antes de que este, enfurecido, dejara el trabajo tachándolo
de “esclavitud”. Cada testimonio abre un mundo: Ian Gibson, descubriendo al
joven artista a través de Lorca, en un homenaje de la Unesco en París en
1972; Gualberto (ex-Smash,
su director musical a mediados de los 80), llamándolo “un Bob Dylan andaluz” y
sopesando el cruce de influencias en su obra del flamenco, la copla o el
fado; Alejandro Rojas Marcos,
subrayando cómo Alfonso Guerra le cerró las puertas de los escenarios andaluces
por su antiguo vínculo con el Partido Andalucista (y por las pullas de ‘Las
murgas de Emilio el Moro’, chirigota a cuenta de “Felipe de la OTAN”).
El
retrato es amplias miras, “como un documental”, apunta Morales, porque se ha
tratado de ofrecer “un prisma” a partir de todo lo que Carlos Cano representó.
“Un cantautor que reivindicó muchas luchas”, destaca Omar Jurado. Artista cuya
percepción actual no debería verse oscurecida por el éxito de sus maduros
álbumes copleros, sostienen los autores. Es cierto que “él rescató la copla tras el franquismo y la llevó a
la actualidad cantándola con sentimiento y sobriedad”,
estima Jurado. “Pero nos gusta sacar también a la luz su obra anterior”, añade.
El Carlos Cano que ahonda en “la murga y la chirigota, en la música alpujarreña
y gaditana, y que investiga lo popular para hacer canción nueva”, explica Juan
Miguel Morales. “Y el que se acercó al rock andaluz en ‘Crónicas granadinas’
(1978)”. Ese Cano juvenil, reivindicativo de primera hora, aflora en capítulos
como el dedicado al ‘cantaor’ Manuel
Gerena, que llega a afirmar: “Fue y sigue siendo un tipo de
canción de autor que yo hubiera hecho si no me hubiese dedicado al flamenco”.
La ‘malafollá’ granadina
Morales trabajó con Carlos
Cano durante cinco años, firmando las fotos de álbumes como ‘La copla, memoria
sentimental’ (1999), donde quiso darle un aire “más pop, huyendo de lo que se
entendía de copla”. Lo describe como un tipo “serio, apasionado y aventurero que situaba su libertad
por encima de todo”. Un granadino genuino. “Y a los que somos de
Andalucía oriental se nos dice que tenemos ‘malafollá’, pero es una manera de
enfrentarnos al mundo”, estima el fotógrafo, almeriense radicado en
Barcelona. Cano era “serio, pero abierto y
amoroso”, y se podía contar con él a través del afecto y la
complicidad con las causas, como comprobó Morales cuando escribió para él un
poema inédito, ‘Indio’, para un libro que estaba elaborando sobre las culturas
quechua y aimara.
Suyas son todas las
imágenes del libro, que dan forma a un imaginario: las que contienen motivos
vinculados a la vida y obra del cantautor, y los retratos, realizados
exprofeso. Cada uno con su trasfondo sentimental y su guiño al viejo
amigo: Martirio, con un
CD a modo de peineta; Santiago Auserón,
hojeando su autobiografía; Carlota Quesada, de las Abuelas de la Plaza de Mayo,
posando con la imagen de su hija Graciela, desaparecida, y el disco en vinilo
‘Si estuvieran abiertas todas las puertas’ (1983). Y la figura más
cercana, Alicia Sánchez, la
esposa del cantautor, en casa, entre sus fotos y recuerdos, ilustrando el
relato de su vida en común hasta más allá de la muerte y sin morderse la
lengua, apuntando a la “gente piraña que te critica en la prensa sin
conocerte”; el lado turbio, finalmente intrascendente, de estos 20 años sin
Carlos Cano.
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