martes, 10 de noviembre de 2009

MUNDO ANALÓGICO Y MUNDO DIGITAL, DESDE LA HABANA (NOVIEMBRE 2009)

Mundo analógico y Mundo digital: dos cuerpos diferentes con un mismo espíritu

Fotografiar música

Nuestro hermano y colaborador Juan Miguel Morales presentó esta semana en el marco del X Salón y Coloquio de Arte Digital la exposición Caminos. La fotografía analógica y la digital tras un fin: la comunicación. Este es el texto de su conferencia de presentación.
05/11/2009

El trovador y artista plástico Luis Eduardo Aute escribió para el prólogo de mi libro Retratos de Cantantes, que editó el Centro Andaluz de la Fotografía en el año 2000, que la música era lo intangible y la fotografía, aparentemente, su contrario. Decía que mientras la música genera emociones siendo un “cuerpo” invisible, la fotografía parece estar asociada a la “veracidad”, a la expresión material de esas emociones. Pero que en realidad no están tan lejos la una de la otra. La música es misterio, pero la buena fotografía —y él se refería específicamente al retrato— es la que muestra lo “no visible”, lo intangible, la que va más allá de la apariencia. La que muestra el “alma”. Ahí, música y fotografía se encuentran.

Yo llegué a la fotografía a través de la música en los años setenta del pasado siglo, cuando aún era un niño. La cultura pop ya estaba bien asentada y el mundo discográfico vivía su gran apogeo. La música y la imagen del cantante o grupo en cuestión, impresa en las carátulas de los discos sugerían ideas, estilos de vida, filosofías, actitudes...

A veces, en los peores casos, era más importante la imagen del artista que su propia música. De hecho, la industria discográfica fue apostando equivocadamente por la imagen —el icono, el “póster”— por encima de lo esencial, la música que teóricamente representaban. Así, fueron potenciando el producto por encima del artista. Las discográficas, hoy en dura crisis, siempre tuvieron, en general, vocación de especuladores más que de gestoras de arte y pensamiento.

En todo caso, volviendo a mi infancia, recuerdo cuando llegaron a mis manos los primeros discos del movimiento de trova catalana conocido como Nova Cançó. La música de Raimon, Serrat, Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Pi de la Serra, Ovidi Montllor, Joan Isaac, Marina Rossell... Era espectacular, pero, además, la imagen que mostraban era rompedora. No imitaban la cultura pop anglosajona, aunque había cierta influencia, ni calcaban la estética de la canción francesa —tan importante en ese momento para Europa—, aunque también estaba presente. Representaban una gran ruptura con la imagen de falsa normalidad que quería imponer el régimen fascista de Franco y sugerían la llegada de nuevos tiempos. Unos nuevos tiempos con valores éticos y sociales —colectivos— mucho más interesantes.
Supongo que entonces, seguramente sin saberlo, decidí que quería ser fotógrafo.

A principios de los años noventa comencé a estudiar fotografía en el Instituto de Estudios Fotográficos de Catalunya, en Barcelona, aunque ya era un aficionado desde mucho antes. Y pronto empecé a tomar, modestamente, el relevo de los grandes fotógrafos que habían ido forjando la imagen de la música popular, o la trova catalana.

Nombres gigantes como el de Oriol Maspons, Colita, Toni Catany o Pilar Aymerich, entre otros. El mío, menos grande, se sumó a la lista de esos fotógrafos que a lo largo de los años habían dejado testimonio de la existencia de ese movimiento de nueva canción, e incluso —como decía antes— había ayudado a construir una imagen potente del mismo.

Cuando yo llegué había un vacío y mi trabajo fue importante para seguir narrando la evolución de los grandes de la Nova Cançó y la aparición de los nuevos nombres.

Mis fotos han servido en muchas ocasiones para portadas de CD, para imprimir en carteles, para promocionar a los artistas y para la prensa.

¿CÓMO FOTOGRAFIAR “MÚSICA”?

Supongo que cada fotógrafo tiene su método. Personalmente, me parece de una gran responsabilidad.

La imagen de un músico o un grupo ha de comunicar su mundo.

A la hora de trabajar una sesión fotográfica para un CD, por ejemplo, es fundamental poder hablar con antelación con el artista y escuchar algo de lo que va a publicar. Entender sus referencias estético-musicales, si su propuesta en ese momento es más íntima o extrovertida, acústica o eléctrica... etc. Estos datos son importantes para decidir el entorno y la ropa —el estilismo— que marcarán la sesión fotográfica. Porque la imagen se tiene que elaborar tanto como el artista lo hace con su sonido y su mensaje.

Elaborar o definir una imagen no es engañar a nadie —como algunas personas puedan pensar—, es ayudar a entender mejor un proyecto. El artista —repito— hace exactamente lo mismo cuando graba sus canciones en un estudio: busca y encuentra.

Tanto el músico o cantante como el fotógrafo tenemos que lograr COMUNICAR.

Si no hay presupuesto para producción —cosa cada vez más habitual—, es importante que conozcamos bien los rincones de nuestra ciudad, del entorno donde vivimos y trabajamos, los locales, los edificios... Todos esos lugares en cualquier momento pueden convertirse en nuestro plató.

A menudo, con medios económicos, se recrea en un estudio entornos que si miramos bien y con imaginación podemos encontrar en una calle o en el comedor de la casa de un amigo. Igualmente pasa con la iluminación. Si no tenemos equipo, tenemos que aprender a observar la luz accesible —la natural o la de una bombilla— porque ésta nos ofrece prácticamente todas las posibilidades.

Es importante saber qué queremos, qué necesitamos. Una vez más: qué pretendemos COMUNICAR.

Para mí, fotografiar la música popular ha significado también una forma de conocer a los pueblos y su historia. Comenzando por el mío propio (o en el que vivo).

La música popular, la trova, es un género musical siempre comprometido con su tiempo y espacio. Con las raíces de los pueblos que la ejecutan, con su realidad... Incluso cuando toca temas como el amor y el desamor huye de fórmulas vacías. Por eso, hacer trabajos fotográficos relacionados con la trova ha sido una manera de conocer —de estudiar— a los pueblos en cuestión, de acercarme antropológicamente a una comunidad.

Así lo viví cuando, a finales de los años noventa, trabajé el tema andino, centrándome en el sur de los Andes peruanos y el territorio próximo boliviano.

La comunidad quechua y aymará me fascinó. La vida cotidiana, los paisajes que rodean a los campesinos... Y los cantos populares de trovadores como Manuelcha Prado, Walter Humala o Isaac Vivanco, entre otros. Las canciones de esos artistas me ayudaron a entender su historia reciente, sus anhelos, sus esperanzas, sus tristezas y sus alegrías...

Las imágenes que hice en los Andes en aquella época tienen la banda sonora de todos esos trovadores.

No es extraño que pusiera como título a ese trabajo dedicado a los Andes “Camino del Indio”, como la canción del maestro Atahualpa Yupanqui. De hecho, el trabajo proponía un paseo que partía desde Lima y se adentraba por el sur andino peruano, como explicaba antes, para cruzar el Titicaca y pasar por Tiawanaco, El Alto, La Paz, Oruro y Potosí, en Bolivia, en busca de los pequeños gestos de la vida cotidiana de los pueblos indígenas. Siempre con el mágico sonido del huayno y de la Nueva Canción Peruana de fondo. Y siempre con las imágenes potentes del fotógrafo cuzqueño Chambi en la mente, que a principios del siglo XX desarrolló un trabajo fotográfico imprescindible para entender la vida social y política de los Andes de su tiempo. Una realidad que, desgraciadamente, no ha cambiado tanto como debiera en la actualidad.

También fue una experiencia excepcional desarrollar, junto al periodista catalán Omar Jurado, un trabajo sobre el gran trovador Víctor Jara y Chile a comienzos del siglo XXI.

Tuvimos la ocasión, contando con el apoyo y la complicidad de la viuda y las hijas de Víctor Jara, de conocer en profundidad —yo de fotografiar— la vida del gran trovador. Sus amigos y familiares, sus compañeros del mundo artístico y de la política... Conocimos y narramos el Chile de los días de su vida —tan sumamente interesante— y pudimos hablar del Chile de la dictadura pinochetista y del más actual. Porque la música y el ejemplo de Víctor Jara nunca ha dejado de estar presente en Chile. Es curioso observar como muchas de las canciones de Víctor —para mal o para bien— siguen siendo útiles para narrar el Chile de los humildes de hoy.

Sobre esta experiencia que jamás olvidaré publicamos dos libros: “El Chile de Víctor Jara”, editado en Chile por la editorial Lom en el 2003, y “Víctor Jara. Te recuerda Chile” editado en el Estado español por Txalaparta en el mismo año. También montamos una exposición en Barcelona, en el 2003, de fotografías y breves testimonios impresos que titulamos como uno de los libros, “El Chile de Víctor Jara”.

Animados por el resultado de ese trabajo, Omar y yo repetimos algo similar con la figura del trovador catalán Lluís Llach.

Llach comenzó su trayectoria artística en 1967, dentro del movimiento de la Nova Cançó catalana y es autor de una de las canciones antifranquistas (y antifascistas) más emblemáticas dentro de la música, como es “L'Estaca”. Su desarrollo artístico, desde sus inicios hasta el año 2007 (cuando decidió retirarse para vivir sin la presión de los escenarios) representa, a su vez, la evolución de la izquierda, y la sociedad catalana en general de estos cuarenta últimos años. Su compromiso, siempre al lado de los gestos más revolucionarios —a principios de los 70 le dedicó un tema instrumental al Che, titulado “Comandante”—, con el anti-imperialismo y con los movimientos juveniles lo convertían, para Omar y para mí, en uno de los trovadores ideales para explicar nuestro tiempo y espacio. Y así lo hicimos.

De ese trabajo publicamos dos libros donde se complementaban, como en el caso de Víctor Jara, los testimonios y las fotografías. Además, también montamos una exposición que se pudo ver de modo itinerante por Catalunya y también en París.

Para mí es, ha sido, un reto excitante poder explicar largos periodos de la historia reciente apoyándome en la obra de los trovadores y a partir de fotos tomadas en la actualidad.

De alguna manera, esto me ha demostrado la vigencia de la obra de los buenos trovadores. Y que los rastros del pasado se pueden encontrar en el presente. En definitiva, que pasado, presente y futuro conviven. A veces para mal y a veces para bien. Es dramático constatar que ciertos conflictos nunca acaban de superarse.

Mi acercamiento físico a Cuba fue también a través de una mirada “fotográfica” a la isla a partir de los protagonistas de sus géneros musicales. He tenido la posibilidad de charlar y de fotografiar en su entorno a figuras como Esther Borja, Lázaro Ros, Richard Egües, Noel Nicola o Compay Segundo, entre muchos otros.

Como se puede observar, ésta ha sido y es la constante de mi trabajo fotográfico: la música.

Enamorado de la fotografía en blanco y negro de autor, he trabajado normalmente con una Nikon FM2 y una Hasselblad 500C, y he utilizado distintos objetivos.

Siempre sentí que el rito del trípode y el disparador podía “hechizar”, dicho de algún modo, al “modelo” en cuestión y que se podía dar la magia. La foto, el retrato, comenzaba a gestarse con el encuentro con el personaje en el lugar escogido. La luz y el entorno que me encontraba marcaban muchísimo. Había que saber mirar.

Con la era de la foto digital las cosas cambiaron en un principio. Pasé a trabajar con la Canon EOS 5D y, primeramente, el método de trabajo varió. Para empezar, con la cámara digital uno tiende a hacer más tomas y de una manera mucho menos reflexiva. Por lo menos, eso me pasó a mí. La sensación de poder disparar sin tener el tope que marcaba el “carrete”, la película, hacía que tomar fotos fuese más compulsivo. Uno tenía la sensación de que cuantas más fotos tomaba, más posibilidades había de “cazar” la buena. Después me encontraba con muchas imágenes para trabajar, la necesidad de mucho tiempo para dedicarles y no siempre el resultado esperado.

Obviamente, no por captar más imágenes consigues un resultado más óptimo.

Así que tuve que reeducarme. Entender que el hecho de cambiar de tecnología no cambiaba lo sustancial: el hecho fotográfico. Y aunque no siempre lo consigo, intento disparar con mi cámara digital como lo hacía antes con las analógicas.

Primero intento visualizar la foto a partir del personaje y su entorno y después, en muchas ocasiones, el trípode y el disparador me ayudan a tirar con cierta mesura. Creo que los resultados son mejores.

Casi sin darme cuenta de si era una cámara analógica o digital, he ido desarrollando con mi Canon trabajos como la colección “Camino Jondo”, donde intento reflejar ciertos rasgos de la identidad gitana y flamenca a partir de una serie de retratos tomados a grandes artistas del flamenco que desarrollan su trabajo desde Catalunya.

Aparte del hecho tecnológico, que sí ha variado y que me importa relativamente —me plantea nuevos problemas: en qué formato disparar, cómo archivar y conservar el material digital...— la fotografía sigue siendo el mismo misterio de siempre.

En mi caso, llegar al personaje y comunicar algo de éste. Encontrar ese momento en el que contenido y estética se alían para conseguir una toma que valga la pena. Grano o píxel poco importan.
Juan Miguel Morales
Fotógrafo

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